domingo, 27 de abril de 2014

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Este segundo post llega a ustedes desde un pueblito encantador del Mar Mediterráneo; Fethiye, uno de esos rincones bien guardados de la gigante Turquía. En este lugar la vida acontece al ritmo de las olas; lenta y plácidamente, sin afanes.


Diez horas de viaje separan esta ciudad de la mía, pero el paisaje vale totalmente la pena. La región donde se encuentra Ankara es árida, sin mucha vegetación, así que a medida que se va acercando uno al Mediterráneo, se va percibiendo el cambio. Se vislumbran voluptuosas montañas, verdor tropical, ríos y por supuesto el mar turquesa...
Aunque el trayecto es laaargo, vale la pena hacerlo en autobús. En este país los asientos están separados para hombres o para mujeres, parece que para que no nos toque un compañero indeseado y haya más paz para todo el mundo. La idea evidentemente no me gusta tanto porque suelo hacer amigos en los viajes largos, compartir risas e historias con gente agradable que quizás nunca volveré a ver, de hecho en varios países así he hecho algunas amistades que aún conservo. Una de mis viejas costumbres viajeras.

Entonces, Fethiye…
“Es un pueblo/ciudad de 84 mil habitantes. Se  encuentra sobre las ruinas de la antigua Telmeso, algunas de las cuales se pueden observar hoy en día, como el teatro griego junto al muelle principal. Es uno de los principales centros turísticos de Turquía pero mantiene su encanto de un pueblo inexplorado frente al mar. Antiguamente, Fethiye se conocía como Makri (Μάκρη). Su nombre fue cambiado, en los últimos años de la época otomana, en honor al piloto Tayyareci (en turco antiguo "Aviador")  Fethi Bey, fallecido el 3 de marzo de 1914 al caer su avión en una población cerca de Damasco, cuando realizaba el primer vuelo entre Estambul y Alejandría.”

Como suele suceder en esta clase de destinos la gente es amable, acogedora, servicial y sonriente, porque razones de sobra tienen. No se me ocurre que preocupaciones puede tener quien viva en semejante encanto de lugar. Al ser un lugar pequeño no hace falta muchos días para recorrerlo. Desde Fethiye se puede caminar hacia una zona llamada Oludeniz que tiene un paisaje más o menos como este.





El clima en abril es entre dos, ni caliente ni frío y tampoco hace mucho viento. Ideal para disfrutar de un tour que tomamos por 12 islas turcas en el Mediterráneo. Nos tocaron tripulantes ingleses, americanos y franceses. El bote hace un largo recorrido por este mar de aguas cristalinas y se detiene en 5 islas. En esas paradas solo los valientes se animan a nadar porque el agua está helada en esta fecha, así que solo vimos a los ingleses dándose chapuzones. Nosotros, los normales (heheh) preferimos tumbarnos al sol, escuchar el sonido del mar y las gaviotas y hacer una que otra foto. En una de las islas se pueden ver ruinas de alguna ciudad antigua, pero es territorio privado así que no es posible acercarse.








A la hora de almuerzo, los anfitriones del tour nos prepararon pescado a la parrilla frente a una de las islas. D e l i c i o s o… Luego hicieron un brindis de helado y finalmente de té. 


El tour dura todo el día hasta las 5 de la tarde, hora en la que está uno ya tan tostado que lo que quiere es una ducha y dormir por largas horas. Pero no, regresamos al hostal y nos vestimos para un poco de fiesta. Fethiye cuenta con unas calles de piedra encantadoras llenas de bares muy coloridos, espaciosos, con buena música. Antes de salir del hostal, el dueño supuso que yo era latina así que me presentó a uno de los huéspedes, un chico de Colombia. Encontrar gente que hable español aquí es una maravilla, es la oportunidad perfecta para hablar y de lo que sea. Después de entablar una conversación amena el chico de Bogotá y yo, decidimos jugar todos juntos un juego turco llamado Tawula.
En eso se nos unió un inglés que está de año sabático recorriendo Turquía y entre el juego, las risas y par de tazas de té turco (que aquí se bebe como agua), salimos de tragos. El ambiente nocturno súper chévere, solo que pesqué una gripe que todavía hoy tengo por el fresco de la noche. Pero es lo de menos, siempre vale la pena dedicar unos minutos/horas a conocer gente, abrir la mente y el corazón para encontrar un punto en común con otros viajeros, con otras historias y nutrirme. Es algo que me reconecta con la verdadera Patricia, a la que algunas veces suelo perder entre tanta clase y tanta faena.


A la mañana siguiente un desayuno de campeones. Conocimos a un chico de Cánada muy agradable, que entre un poco de francés e inglés echamos juntos unas risas y nos contamos mutuamente los motivos del viaje. Él había rentado una moto para ir a unos pueblos de la costa. Nosotros decidimos caminar por el pueblo, ir a unas tumbas construidas 400 años antes de Cristo, ver la ciudad desde arriba, visitar una que otra ruina, charlar con los locales, comer ricaaaa comida y hacer amistad con los meseros (que aquí en Turquía siempre terminan regalándonos algo: un postre, un té). Finalmente terminamos el día frente al puerto, fumando Nárguila, tomando Martinis y disfrutando del atardecer, las olas, el sonido del mar y los turistas.



En definitiva, uno de esos viajes cortos que hacen que uno se desconecte de la realidad, que le vea la otra cara a la rutina, que se despabile y descubra esos rinconcitos que hacen de este país un lugar en el que vale la pena vivir, visitar o tan solo perderse…
Lo que viene como resultado de viajar y conocer es que el corazón se llena de muchas nostalgias juntas, nostalgias de todos los lugares visitados, las caras conocidas y las risas compartidas con la gente increíble que uno encuentra en los rincones menos inesperados del planeta. Es tener siempre el corazón dividido y la mente en mil lugares a la vez... difícil pero necesario.

Hasta la próxima entrega en esta página y en el mismo canal. 
Cariños, amigos hispano parlantes :)



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