Han pasado ya nueve meses desde que estoy aquí y parece que justo ahora voy empezando a acostumbrarme. Ya la multitud en las calles no me sorprende, ni los ruidos de los vendedores ambulantes, ni los intensos (mal) olores en el tren o los exóticos olores en los bazares. Y la gente abordándome con preguntas en turco no me resulta espantosamente terrifying. En estos meses he sentido que otra Patricia esta surgiendo dentro de la Patricia de siempre, más que nada porque la Patricia de siempre parece estar en pausa, sustituyendo los gustos de siempre por otros, las salidas de siempre por otras, los hábitos de siempre por otros, la clase de amigos de siempre por otros, por adaptación más que nada.
Para profundizar en estos insights, recibir visitas de gente querida siempre resulta
provechoso, por una parte logro darme cuenta de como voy acostumbrándome al
país por como se lo muestro a otros y me doy cuenta de como mejora/empeora mi
turco cuando tengo que hacer de traductora. Mi prima que ha venido a verme esta
semana pasada, mientras recorríamos las calles repletas de gente rumbo al Gran
Bazar en Estambul, me decía: ¨Como se nota que estás acostumbrada, mientras yo
estoy en shock tratando de que no me atropelle toda esta gente tú ya ni te
inmutas.¨ Solo en los ojos de los que
nos conocen toda la vida podemos ver el efecto real que tienen las nuevas
experiencias en nosotros. El efecto del paso del tiempo, el contraste entre los
ayeres, los presentes y las visiones de futuro.
Las calles de Ankara me siguen pareciendo
inhabitables pero el tiempo no me sobra para realmente percatarme. La primavera
ha traído el color que hacia falta en mi retina y ha traído nuevos planes,
nuevos horizontes. Estos meses he estado compenetrándome más con la gente y
descubriendo más cosas de sus culturas, sobretodo en cuanto a la forma en que
se relacionan con los demás. Yo que vengo del Caribe situado en el mismo
trayecto del sol (parafraseando a Pedro Mir), que soy tan cálida físicamente
como mis genes dominicanos me lo dictan, me sorprendo todos los días con el
pensamiento y las actuaciones de los musulmanes. El grupo de personas que conozco es tan heterogéneo que da para hablar por
horas de cada uno pero la mayoría de los que veo con más frecuencia vienen de Irán, Azerbaiyán, Indonesia, Kirguistán,
Kazakstán, Siria, y muchos países de África como Cabo verde, Gabón, Ruanda, Burkina
Faso, Mauritania, Tunisia, Egipto y etc. He aquí solo unos cuantos:
Literalmente cada uno es un
mundo. Hay unos de mente abierta, con mentalidad occidental, otros (la gran mayoría) son más conservadores y siguen con más ahínco sus costumbres.
Sobretodo relacionadas a sus prácticas religiosas y al contacto físico con el
resto de la humanidad que no sea su familia.
Viniendo de un país en
que el contacto físico es el primer indicio de cariño, en que abrazar cuando
saludamos es lo mas común del mundo, y que cuando a alguien no le gusta que lo
toquen es algo raro y crea cierta distancia, es interesante aprender de
esta gran diferencia, aunque difícil de asimilar. Según me cuentan mis amigas, el contacto
físico se vive en otra dimensión en sus países y empieza desde el uso del velo. Una amiga de Irán me cuenta
que en su país está establecido de forma obligatoria el uso de los velos en el
pelo. Mientras que en países como Turquía es una decisión individual, en Irán siempre
que las mujeres salgan a la calle tienen que usarlo y no hacerlo las puede
llevar a la cárcel. De hecho dice que
hay policías en la calle vigilando a las mujeres que rompen esta ley. Otra amiga
de Egipto me dice que para ellos las mujeres con velo son como un diamante
escondido y deben mantenerse recatadas sin mostrarse al mundo, solo a sus
esposos y familiares. Dice que mostrar el pelo en público produce un efecto
electrizante en el hombre, les genera sensaciones y sirve como una provocación,
cosa que ellas deben evitar porque su misión es seguir su religión y pasar desapercibidas.
La misma mentalidad existe en cuanto al contacto físico pues muchas de las personas que conozco no pueden tocar al sexo opuesto, ni siquiera darles la mano, como es el caso de unos compañeros de clase de Mauritania y Pakistán, algunas chicas de Indonesia y Egipto. En Irán, mi amiga dice que esta bien visto que las mujeres se agarren de la mano incluso los hombres entre sí, pero no las parejas. En Turquía es muy común ver a los hombres muy cercanos físicamente. Las razones para mi resultan confusas pero según mi amiga de Egipto, darse la mano entre hombres y mujeres activa una especie de hormona que tiene efectos sexuales en el sexo opuesto y puede provocar comportamientos impulsivos en los hombres hacia las mujeres. Entonces ambos prefieren mantener la pureza y evitar todo contacto físico. Así lo mismo en cuanto a buscar pareja, prefieren no tener novios/as hasta el momento en que quieran casarse, o sea que algunos en el periodo de su vida solo tienen una pareja.
Me toca hacer un esfuerzo importante en
mantenerme con mirada neutra sin abrir la boca de sorpresa cuando escucho estas
cosas y naturalmente me surgen montón de preguntas cuando me lo explican. Solo me
limito a pensar que si todo esto fuera realmente cierto, ¿como estaríamos
viviendo tan campantes del otro lado del atlántico?
En nuestros países
(América y Europa) evidentemente lo físico tiene mucha importancia, desde la
apariencia hasta las experiencias físicas que tenemos, pero esta postura de
los países musulmanes me parecería difícil de sobrellevar si me viera en la
necesidad de hacerlo. Sobre todo entender como puedo conocer realmente a una
persona si siempre la veo cubierta de pies a cabeza y apenas le veo los ojos.
Por ejemplo en Ankara,
que es una ciudad que refleja más la cultura conservadora de Turquía que
Estambul o Izmir, es muy raro ver a parejas que se besen en la
calle o en los lugares públicos. Para no decir que imposible. El hombre suele
darle besos en la mejilla a su novia o esposa y abrazos largos de telenovela, no
exagero, largos como de telenovela, heheh. Para mi las manifestaciones de amor son un acto noble y maravilloso que nos trae más
que nada alegrías y sonrisas, así que me resulta cuesta arriba entender que esté tan restringido.
Sobre eso tengo dos
anécdotas; 1. Una vez estaba en la estación del metro esperando por el tren, había
una pareja de novios muy cerca de mí y en un instante se dieron un beso en la
boca, discreto, que apenas me percaté de ello. Dos segundos después un señor
de unos cincuenta años se acercó a ellos con mirada desaprobadora y se detuvo
frente a ellos en silencio como diciéndoles ‘que esto no se repita’. Y yo solo viendo
la escena, en silencio con los ojos bien abiertos. 2. Luego, fui invitada a una
boda turca y, para mi gran grandísima sorpresa, cuando el juez civil
los declara marido y mujer, los novios no se besan, en lo absoluto. Se abrazan y se
dan un beso en la mejilla porque resulta irrespetuoso para el padre de la novia que su hija sea besada delante de él (ojo: por su propio marido). Fuerte el caso.
En definitiva, en mi humilde opinión resulta una
experiencia de la vida un poco limitada, evitando y restringiendo toda clase de contacto quizás
para vivir de una manera más pura. Pero esa búsqueda de la pureza por lo que he visto puede llegar a rayar los extremos y a resultar inclusive una práctica incoherente. Pues como en todos
lados se ven hombres con varias mujeres y por supuesto lugares súper secretos de
prostitutas. O los mismos jóvenes turcos que se enfocan demasiado en las
extranjeras y son insistentes y mandan mensajes muy pasados de tono. Ok, es entendible, pertenecen a una cultura que censura muchas cosas
que a nuestros ojos parecen naturales y les resulta una puerta abierta para experimentar todo más a lo occidental. Pero resulta confuso para nosotras (las extranjeras), que nos vemos en la
necesidad de cuidar más que nunca nuestro comportamiento, nuestra interacción humana y tenemos que empaparnos de los códigos culturales que se manejan aquí para básicamente no meter la pata.
A pesar de todo, resulta interesante estar en medio de todo
esto. Primero, porque cuando uno se embarca en una aventura como esta, lo hace
con una meta metida entre ceja y ceja y lo hace con la certeza de que por
sobre todas las cosas la riqueza de lo que se obtendrá, valdrá la pena. A veces me dan ganas de hacer que el tiempo
corra y ver el desenlace de todo en un pestañear de ojos.
Por el momento, toca
seguir viviendo el día a día y compartirlo con mis amigos televidentes.
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